'He visto hombres que no querían ser salvados de sí mismos, porque eso significaría que tendrían que renunciar a la codicia, y nunca pagarán ese precio por conseguir la libertad.
Así que dije al mundo, ¡Dios bendiga a todos, y puede el mejor hombre ganar y morir de glotonería!. Y tomé asiento en el gran refugio de la filosófica indiferencia para dormitar observando a los caníbales realizar su danza de la muerte'.
Son las palabras de Larry (inmenso Robert Ryan), el corazón (dolorido, exhausto, escéptico) de esta magnífica adaptación de la extraordinaria obra de Eugene O'Neill, 'El repartidor del hielo' (The iceman cometh, 1973), que su cineasta, John Frankenheimer, consideraba como la más satisfactoria experiencia creativa de su vida.
Desde luego, superó un delicado reto, desasirse de los peligros de una adaptación teatral, cuya acción transcurre en un único escenario, sin quedar subordinado al magno y lacerante poderío de los diálogos y monólogos de O'Neill, transcendiéndolo en una asombrosa experiencia cinematográfica, con un sentido de la planificación dinámico, y consiguiendo esa atmósfera opresiva, sofocante, con una iluminación desvaida y esos característicos encuadres de figuras en varios términos( sobrecogedor especialmente en la secuencia final, con un impecable añadido uso del fuera de campo); hasta extrayendo gran fuerza dramática de los movimientos de cámara.
Fue una de las catorce adaptaciones al cine de obras del teatro que produjo Ely Landau, a través de American Film Theatre, en dos temporadas (1973-74 y 1974-75). Casi tres horas, con un reparto asombroso, encabezado por Lee Marvin, Ryan, Frederic March (fueron las últimas intervenciones de ambos, que murieron poco después; Ryan murió incluso antes del estreno) o Jeff Bridges.
Frankenheimer había realizado, en los años previos, una serie de admirables y descarnadas obras tramadas sobre la decepción, la desilusión, el fracaso o la frustración, caso de 'EL hombre de Kiev' (1968), 'Los temerarios del aire' (1969), 'Yo vigilo el camino' (1970) u 'Orgullo de estirpe' (1971).
De modo explicito (el absurdo vía crucis penitenciario en la primera) o de modo implicito (en cómo refleja los modos, modelos y costumbres de vida), vertebran sus obras las ideas de cautiverio y confinamiento, de sentimiento de desperdicio de vida y enajenación...
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